domingo, 10 de enero de 2010

Revisión en el espacio

"Avatar", de James Cameron

Por René Naranjo S.

Largos catorce años se tomó James Cameron (nacido en 1954) para llevar a la pantalla “Avatar”, su exitoso largometraje de proporciones colosales y aspiraciones refundacionales. El cineasta canadiense se había demorado también lo suyo para realizar “Titanic” (1997), la película más cara de su tiempo y la más taquillera aún hasta esta fecha. Más importante que eso, “Titanic” fusionó de manera perfecta el gran espectáculo cinematográfico, los efectos especiales de última generación y el melodrama para generar una emoción universal. Esa fusión es la que ha buscado repetir ahora en “Avatar”, con el agregado, esta vez, de los conceptos de “acción” y “misticismo” y 3D.

A Cameron le gustan los desafíos de gran tonelaje, y “Avatar” lo es de punta a cabo. No sólo por su deslumbrante tecnología digital, que marca un hito en la evolución del cine y en su manejo de marketing, sino igualmente por su contenido. Porque el filme, de algo más de dos horas y media de duración, se hace cargo de las tres grandes obsesiones del cine hollywoodense de esta década: la identidad, la realidad virtual y la destrucción masiva.

Todo transcurre en el remoto planeta Pandora, de paradisiaca vegetación y exótica fauna, en el que vive la pacífica raza de los espigados, azules y ágiles Na’vi. Su ecológico mundo, sin embargo, está en peligro, porque una colonia de despiadados terrícolas se ha instalado ahí para atacarlos y robarles la posesión de un valioso mineral.

La película tiene estructura de western, con sus bandos enfrentados a muerte, y su nada velada referencia a las luchas entre blancos conquistadores e indígenas diezmados, sospechas de racismo y tono de Holocausto incluido. Lo interesante es que se trata de un western revisionista, que evoca clásicos de esa tendencia como “El otoño de los cheyenes” (1964), de John Ford, y “Pequeño gran hombre” (1970), de Arthur Penn, para plantear sus dudas sobre el futuro de la vida, en cualquiera de sus formas, y  para refundar el cine de acción y aventuras desde una moral mística y holística, que reivindica la energía comunitaria y asume la relación del individuo con la naturaleza como la verdad más profunda posible.

James Cameron es ambicioso y aspira a que la gran batalla por el planeta Pandora sea la más impactante y acaso la definitiva de este cine industrial depredador que arrasa con todo en aras sólo de ganar dinero a escala global. En ese aspecto, “Avatar” tiene bastante de revisión de su belicista cinta “Aliens” (1986), tanto por la presencia de Sigourney Weaver (mujer de carácter capaz de fumar dentro de una estación espacial); la criogenia de la que sale el protagonista, el marine Jake Sully (Sam Worthington); la copiosa artillería de combate que inunda la escena y la idea constante de relativizar quienes son los verdaderos alienígenas de esta historia.

Lo interesante es que el director maneja todo este material visual (la película es una gran orgía de imágenes, colores y texturas en tres dimensiones) y de contenido con una fluidez asombrosa, sin jamás perder el rumbo, y le sabe dar a cada escena una creciente intensidad. Con alta carga de relato iniciático y heroico, más un constante duelo entre realidad y ensoñación virtual (Jake Sully vive en dos cuerpos y dos mundos a la vez), Cameron ni siquiera se priva de aludir brillantemente al derrumbe de las Torres Gemelas, ni de introducir reflexiones sobre la ciencia y la tecnología rendidas ante el lucro y los egoísmos más miserables.

En la resurrección final, además, su apuesta se percibe nítida: termina en el cine la era “Bush” de la conquista sangrienta de los territorios y las mentes, y llega la hora de la construcción sobre lo esencial de lo humano, escondido bajo esos ojos que miran fijamente al espectador desde la “otredad”, desde la diversidad redentora.

Puede que sea más un discurso acorde a los tiempos que corren que una convicción profunda, pero en la pantalla James Cameron consigue una película de auténtica eficacia y perfiles atractivos. Habrá que ver si en la segunda parte de “Avatar”, que anuncia ya la imagen final, el cineasta más ambicioso de nuestra época estará a la altura de estos desafíos.

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