sábado, 29 de mayo de 2010

El abordaje de la Historia sigue pendiente

La Esmeralda 1879

Por René Naranjo S.

No hay parangón en la historia del cine chileno para el desafío que se impuso el debutante director chileno Elías Llanos cuando acometió, hace cinco años, el proyecto de realizar “La Esmeralda 1879”.

Nunca nuestra cinematografía había ido tan lejos en el propósito de reconstruir un episodio de la Historia de Chile con total fidelidad a los hechos. Jamás, tampoco, en los más de cien años de quehacer fílmico, una cinta nacional había costado tanto dinero (su realizador habla de un total superior a los 10 milones de dólares) y había significado tal despliegue de ingeniería pesada.

Todo eso es lo que se traspasa al espectador cuando uno se sienta a ver los 90 minutos de esta película que reconstruye hasta en su detalle más preciso lo que ocurrió en la bahía de Iquique entre el 20 y 21 de mayo de 1879, en el combate naval que pasaría a la posteridad por el heroísmo y arrojo del capitán Arturo Prat.

Con una capacidad de producción admirable, Elías Llanos reunió los recursos y el talento humano para reconstruir los dos barcos que intervinieron en el combate (la Esmeralda y el Huáscar) y lanzarlos al mar, con el objetivo de dar nueva vida a la epopeya con toda la fuerza dramática que debió haber tenido esa mañana de otoño en el entonces puerto peruano.

Así planteada, esta película se desarrolla como la progresiva espera de un grupo de chilenos que sitian Iquique y se saben en desventaja frente a los acorazados que vendrán desde el norte. La cinta es, en ese sentido, la antesala de un combate inevitable y la posterior concreción de éste, cuyo desenlace es conocido por todos (dentro y fuera de la pantalla) de antemano.

Llanos observa a este grupo predestinado a la tragedia desde una mirada general, y se centra más en los grupos humanos (los oficiales, los grumetes, los caldereros) que en los personajes en sí. Tras un comienzo muy didáctico, situado en Valparaíso en 1941 y ajustado al obvio formato de una conferencia al interior de la Escuela Naval, el filme retrodece hasta 1879 y se elabora como un flashback narrado por el grumete Wenceslao Vargas (Fernando Godoy), principal testigo de la gesta de Prat (interpretado sobriamente por Jaime Omeñaca).

El primer tercio de la cinta no ofrece sorpresas ni cuenta con una narración fluida. Llanos busca describir el universo al interior de la Esmeralda y se demora en delinear los personajes. La pericia que tiene como productor no es la misma que posee como director, y eso se traduce en la falta de apuesta por la mirada del grumete Vargas, que hubiera incoporado la dosis de subjetividad y emoción que pedía la narración.

Todo mejora cuando cae la noche del día 20 y al alba del 21, los vigías anuncian los famosos “humos al norte” de la armada peruana. Se entra entonces en lo medular de la cinta y en lo que mejor funciona, más por la carga emotiva de los hechos narrados y la prolijidad de la recreación (los cañoñazos que rompen la Esmeralda, la explosión en las calderas, el fuego nutrido de fusil y metralla) que porque el relato solucione sus problemas de dirección y escasa inventiva del guión.

Es evidente que Llanos busca la “objetividad” del combate naval de Iquique, y en eso la cinta no corre riesgos. La música, compuesta por el mismo Elías Llanos y realizada mayormente en clave épica, suena omnipresente y priva al filme de silencios que hubieran sido muy valiosos para dar cuenta del drama.

Representada en el cine, La Esmeralda se convierte en nuestro Titanic, nuestro barco mítico, la nave de la gloria patria que, en pelea desigual, se hunde con la bandera izada y el orgullo muy en alto. El Huáscar, por su parte, con su marcha amenazante y letal, se redime gracias a la grandeza de Miguel Grau y su respeto hacia los vencidos. Es interesante ver, en este sentido, que la única escena realmente emotiva del filme es el rescate que hace Grau de los sobrevivientes chilenos que nadan en el mar tras el naufragio de la Esmeralda.

A menudo se dice, entre los teóricos del cine, que la única razón para hacer un filme de época es poder hablar con libertad de los temas que en el presente resultan demasiado acuciantes. Desde esa perspectiva, a “La Esmeralda 1879” le faltó inspiración y vuelo artístico.

La capacidad de reproducir fielmente el pasado de Chile en la pantalla cine ya existe. Ahora falta empezar a ver desde qué ángulo contamos la Historia.

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