domingo, 18 de julio de 2010

A escribir la verdad, señores..!

“Breve historia del cine chileno”

Por René Naranjo S.

Son contados los libros que toman seriamente el cine chileno como objeto de estudio y análisis, y no abundan tampoco los escritos que, al menos en papel impreso, revisan su evolución artística y estilística.

Si se hiciera un escrutinio, probablemente el texto más feliz seguiría siendo la “Re-visión del cine chileno”, de Alicia Vega (que editado en 1979, en plena dictadura, se instaló como obligada referencia). Ya en democracia, sobresalen los dos volúmenes del crítico Ascanio Cavallo dedicados al cine de la transición y al Nuevo Cine de los años 60.

En cuanto a abordar la historia del cine chileno desde sus orígenes, el texto más recordado es el que, bajo el fragor del apasionado periodo de la Unidad Popular, firmó Carlos Ossa Coo y editó Quimantú.

Es en este panorama que, cuatro décadas más tarde, aparece bajo sello LOM esta “Breve historia del cine chileno”, de Jacqueline Mouesca y Carlos Orellana, que busca poner al día la información sobre nuestra cinematografía y que, efectivamente, abarca desde sus inicios mudos hasta la aún no estrenada cinta de artes marciales “Mandrill”.

Más que un auténtico libro de historia, sin embargo, “Breve historia del cine chileno” es una extensa crónica de 220 páginas que acumula fechas, títulos, información cronológica y uno que otro juicio sobre determinados filmes. Los propios autores lo señalan en el prólogo, cuando afirman que el texto “no es exactamente lo que podría llamarse una Historia porque no pretende ser exhaustiva ni tampoco llegar hasta el fondo de los análisis en todos los aspectos”.

En sus páginas hay datos llamativos, como que en 1959 se estrenaron en Chile 287 películas extranjeras (contra las 165 actuales), y junto a la siempre necesaria puesta en valor de las obras de Raúl Ruiz, Miguel Littin y Aldo Francia, aparecen oportunos detalles sobre cineastas poco reconocidos, como Sergio Bravo.

En el libro se rescata también una frase del recordado crítico Hans Ehrmann, fechada en 1963 y de contemporánea vigencia: “Como un niño que nace pero nunca crece, el cine chileno ha tenido varias infancias y hasta asomos de adolescencia, sin lograr convertirse en adulto”.

Pero los autores no adoptan este u otro punto de vista para sostener una tesis, y se conforman con la enumeración y el acopio. Se echa de menos la búsqueda de nuevas fuentes, en la línea de lo que es la investigación histórica de hoy (conversaciones con los protagonistas, situaciones desconocidas de producciones recientes) y, sobre todo, una mirada más fresca, que discuta conceptos anquilosados y vetustos lugares comunes.

Así por ejemplo, Mouesca y Orellana refrendan prejuicios originados en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1990, en cuanto a la existencia de una nueva generación de “críticos jóvenes que, desde la situación de privilegio que les daba escribir en el influyente diario El Mercurio, pregonaban una línea sectaria y excluyente, con un discurso de sesgo derechista que no osaba decir nombre”.

Conviene aclarar que los “críticos jóvenes” aludidos éramos dos, Alberto Fuguet y yo, y ciertamente esas actitudes “sectarias y excluyentes” y esos “sesgos” no reconocidos (ojo con la carga de intolerancia de ese lenguaje) habitan mucho más en los fantasmas mentales de los autores de este libro que en los artículos que se publicaron en El Mercurio en los dos primeros años del regreso a la democracia (en los que se reivindicó a autores como Ruiz, Hitchcock y Skolimovski, y se descubrió a cineastas como Spike Lee y Zhang Yimou).

Son esos mismos fantasmas, seguramente, lo que llevan a que este texto relativice la importancia de “Enfoque”, la más consistente revista cultural editada en Chile en los oscuros años de Pinochet, y donde –al alero de los críticos José Román y Héctor Soto- se forjó toda una manera de pensar y vivir el cine que hizo escuela.

No hay duda que urge documentar la actividad creciente y energizada del cine chileno, pero más que nada es importante pensarlo, conversarlo, discutirlo, hablarlo con esa pasión y naturalidad con que los personajes de “El secreto de sus ojos” recuerdan los logros del Racing de Avellaneda.

Si algo impide que la cinematografía nacional madure es, precisamente, la falta de conversación al interior del medio y la interlocución inteligente con la sociedad misma. El cine, como las más nobles actividades del ser humano, cristaliza a la luz del debate y el intercambio de miradas diversas. Sobre todo hoy que, si algo ha mostrado la Historia, es que no existe verdad que no merezca ser cuestionada a fondo.

La auténtica Historia del Cine Chileno, entonces, es una tarea por realizar.

4 comentarios:

  1. Raro es hablar de LA historia de cine chileno... esa nunca se escribirá, porque hay tantas historias como miradas en el mundo. Para acotar, podríamos decir que las hay tantas, como historiógrafos que se pongan a escribir de ello, y ahí sí que hay paño que cortar, es cierto. Pero cada una es un aporte, y ciertamente Mouesca y Orellana, ambos herederos de la escuela francesa que los formó, lo han sido, lo son, y lo seguirán siendo, ya que junto a otros como los que nombraste, -Alicia Vega, y Carlos Ossa padre-, hicieron un camino a tientas que hoy nos sirve a todos de guía en el camino a medio iluminar (todavía) de la historiografía de nuestro cine.
    Salu2!

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  2. [...] This post was mentioned on Twitter by Felipe Jubal, René Naranjo . René Naranjo said: Mi comentario al libro "Breve historia del cine chileno" http://cinenautas.wordpress.com/2010/07/18/a-escribir-la-verdad-senores/ [...]

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  3. También es cierto que no abre el debate hacia formas analíticas si no más bien parece una defensa de los ataques hechos por Mouesca. René, en parte se trata de abrir el espacio investigativo en diversidad, y también así el espacio de la crítica. ¿ayudas tú a eso?

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  4. En este caso, correspondía responder a los prejuicios reiterados por 20 años y ajenos a toda realidad. Por cierto mi interés es debatir todo y con todos, tal como lo escribo en mi artículo.

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