domingo, 29 de agosto de 2010

“Tendida mirando las estrellas”: Áspera realidad urbana

Por René Naranjo Sotomayor

Más de diez años tardó el cineasta Andrés Racz en terminar su primer largometraje, “Tendida mirando las estrellas”, rodado a fines de la década de los 90 y luego demorado a causa de problemas tan diversos como la búsqueda de financiamiento para la posproducción y el desempeño de su protagonista, Paulina Urrutia, como ministra de Cultura entre 2006 y 2010.

Lo interesante es que, como sucede con los buenos vinos, el tiempo le hizo bien a la película de Racz.

A principios del 2000, el cine chileno buscaba su destino con sobreoferta de propuestas orientadas a la marginalidad. Desde “Taxi para tres”, de Orlando Lübbert, a “Perjudícame, cariño”, de Alberto Daiber, los bajos fondos urbanos y el lumpen copaban, para bien y para mal, las inquietudes de la mayor parte de los realizadores nacionales.

Recuerdo haber asistido en esos años a una función privada de “Tendida mirando las estrellas”, aún sin terminar, y haber sentido que esta película era una más de aquellas, otra aproximación sobre una realidad chilena demasiado vista pero pocas veces mirada de verdad.

Hoy, sin embargo, la sensación es totalmente distinta. En un cine chileno que se ha volcado a temáticas de clases más acomodadas (si bien a menudo con visiones de pequeño burgués, como se decía antes) y a formatos "industriales" de dudoso éxito, y donde la televisión ha banalizado esos mismos bajos fondos hasta volverlos simples instrumentos de sintonía fácil, un filme como el de Racz -que cuenta con un atractivo guión de la escritora Diamela Eltit- adquiere un renovado interés.

En la película, Paulina Urrutia es Nieves, una mujer que mata a un hombre para proteger a su pequeño hermano, y debe pagar el crimen con cinco años y un día de prisión. En la cárcel entabla una relación con La China (Chamila Rodríguez) y Andrés Racz aprovecha este paso por la reclusón femenina para explorar con tono semidocumental las relaciones humanas (sin eludir la carga de sexualidad que contienen) que se dan allí.

Las actrices y las auténticas reclusas se funden en escenas de logrado realismo, que Racz enfatiza con un tono seco, crudo a ratos, que enfatiza la falta de esperanza de la situación.

Luego, cuando Nieves escapa (tras una buena escena de crisis nerviosa y un paso por el hospital), la película gira hacia el registro urbano de vidas marginales en sectores olvidados del centro de Santiago. Prostitutas (Siboney Lo, entre ellas), cafiches (Gonzalo Robles entrega aquí un paradigma de la odiosidad y el abuso), clientes de mala muerte (un jovencísimo Ramón Llao), hombres de pasado notable que ahora mastican el olvido y el desafecto cotidiano (Nelson Villagra, extraordinario como ex campeón de boxeo) y un joven soñador que lee poesía (Alejandro Goic).

En este contexto de motel triste y topless de mala muerte, tan huis-clos como la cárcel y con similar carga de desesperanza, Nieves hace de proxeneta y sueña con un improbable futuro mejor en el norte de Chile, donde tiene parientes.

Andrés Racz expone todo este universo sin falsas benevolencias ni poses. El relato es áspero como las sábanas en que los personajes tienen sus forzados encuentros sexuales, y los gestos fugaces de cariño chocan con la bajeza y la mezquindad humana expuesta sin anestesia.

En esta segunda parte del relato, Racz revela las huellas de la dictadura que todavía rondan la vida chilena, y se dan momentos notables, como cuando Villagra canta su tango en homenaje a un gran jinete que nadie recuerda y Paulina Urrutia convence y toca fibras poco vistas en el cine chileno cuando mantiene su relación con La China al tiempo que se deja cortejar por el poeta que le regala libros de Gabriela Mistral.

Si el tercer acto y desenlace de la historia resulta algo predecible, con una inclusión no demasiado feliz de los detectives encubiertos encabezados por Patricia López (que años más tarde iba a hacer un rol similar en la teleserie “Dónde está Elisa”), “Tendida mirando las estrellas” queda como una incursión valiosa y desprejuiciada en el fango de la sociedad chilena, una zambullida seca en esa realidad que nos rodea día adía, y que tan pertinazmente nos resistimos a ver.

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