domingo, 3 de octubre de 2010

"Velódromo": La ruta de la soledad

Con “Velódromo”, su segundo largometraje, el escritor Alberto Fuguet se sintoniza con las nuevas tendencias de distribución y exhibición de cine: presenta su película en formato digital en una sala casi confidencial en Bellavista (la que además estuvo cerrada todo el feriado del 18), y la ofrece On Demand en cable e internet.

Con esta estrategia, marca una distancia clara con la mayoría del cine chileno reciente (que busca las grandes salas a toda costa) y sobre todo, con su trabajo precedente, “Se arrienda” (2005), que se estrenó en una docena de cine y que convocó a cerca de 90 mil espectadores.

El cambio de Fuguet no es sólo de manejo comercial. En lo estilístico, “Velódromo” se aleja también de “Se arrienda” y su fallido anhelo de abarcar una gran historia, con alcances familiares, generacionales y sociales.

Esta vez, el realizador se centra en un argumento mínimo –habría que hablar mas bien de una sucesión de escenas unidas por un personaje- y en un puñado de locaciones acotadas al barrio alto de Santiago. Y es por esos sectores, bonitos pero vacíos y poco acogedores, que pasea su soledad Ariel (Pablo Cerda, mejor actor de Sanfic por este rol), un diseñador gráfico que tiene dos pasiones: andar en bicicleta y ver películas bajadas de internet.

Los otros aspectos de la vida de Ariel no andan bien. Su mejor amigo (Andrés Velasco) tiene que tomar distancia para dedicarse a su esposa; con su joven polola (Francisca Lewin), Ariel no se entiende y terminan; y su rechazo a las formalidades del mundo adulto le impiden concretar una buena pega.

Por cierto, el mismo Ariel tampoco colabora mucho a que las cosas vayan mejor. Él es un solitario al borde de la misantropía que a los 35 años vaga en su bici por una ciudad que no le pertenece, en la que se siente casi un exiliado, y donde apenas es capaz de entablar amistades episódicas.

Fuguet establece entre Ariel y el espectador una relación similar al cine de Woody Allen. Esto es, nos invita a seguir al personaje en toda su contradictoria neurosis, incluso en situaciones en las que jamás vamos a estar de su lado. Ariel es simpático e infantil, obsesivo y necesitado de cariño y complicidad, pero también sabe ser insoportable y taimado. Fuguet lo sigue en sus devaneos y lo filma con atención, incluso cuando va al baño.

El esquema, fundado en la soltura de la actuación y en la cotidianeidad de las situaciones, funciona la mayor parte del relato (pese a que los entretítulos “literarios” y la voz en off no siempre aportan lo que el director espera) pero no escapa a la autoindulgencia.

Fuguet está tan de parte del personaje que no percibe que la película se alarga (115 minutos) y que hay escenas completamente de más, como esa en que Ariel conversa con una actriz que pregona el teatro de impacto (Cristina Aburto) y él la echa de la casa que no se ha depilado las axilas.

En términos propiamente fílmicos, Fuguet ha avanzado en el oficio de saber situar la cámara y obtiene buenos planos, en especial cuando se trata de captar la soledad de Ariel.

El realizador escoge con detalle las locaciones (el departamento está en Providencia con Carlos Antúnez, dónde él mismo vivió alguna vez), las palabras de sus personajes, las canciones que se oyen en una discotheque, las películas que ve su protagonista en su cama-capullo, y maneja mejor los ritmos de la narración hasta darle un pulso llamativo y personal.

Ahí donde “Se arrienda” era una cinta impostada y extrañamente ausente de pasión, “Velódromo” se perfila como una apuesta mucho más vital, con mayores dosis de riesgo y energía.

Fuguet, cineasta pudoroso, se atreve a incluir el tema de la bisexualidad a través del joven primo de Ariel y esboza cierta introspección en diálogos de quiebre amoroso. Por todo eso, queda bien claro que “Velódromo” es la primera película de Alberto Fuguet.

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