viernes, 19 de noviembre de 2010

De bidones y schopsuis: Deseo y podredumbre


Por René Naranjo S.

Noviembre es, con casi total seguridad, el mes menos valorado en la cartelera cinematográfica.

La cercanía con la Navidad hace que se lo vea como un periodo lento, flojo comercialmente, y esto mismo hace que aparezcan joyan impensadas, como la magnífica “Las hierbas salvajes”, que bien puede ser la última película del maestro francés Alain Renais, o thrillers con un poco habitual escepticismo social, como es la segunda entrega de la escandinava trilogía “Millenium”, titulada “La chica que soñaba con un bidón de gasolina y un fósforo”.

“Las hierbas salvajes” es uno de los tres mejores estrenos de 2010 (junto “El escritor oculto” y “La red social”) y, sobre todo, señala una saludable y bienvenida reivindicación de lo mejor del cine de autor. Es una historia elíptica en torno a dos personajes ya maduros, donde la fantasía y el deseo juegan un rol central, y en la que la ironía y lo desconcertante recuperan ese poder de hacer que el espectador se pregunte por los misterios de la existencia.

En un registro completamente opuesto, “La chica que soñaba…” es un thriller seco que, sin poesía alguna, expone la forma en que la indómita Lisbeth Salander (Noomi Rapace) busca escapar a la trampa mortal que le tiende una banda de asesinos. Basada en la novela de Stieg Larsson, la cinta sigue de forma eficaz a su antisitémica protagonista a través de un laberinto sórdido de mentiras y corrupción ligadas a la Guerra Fría. De paso, muestra a Suecia como un país infernal, muy lejano al paraiso del desarrollo humano con que suele identificarse.

El cine chileno también posee un lugar en esta cartelera de noviembre con “Schop sui”, cuatro largometraje del realizador Edgardo Viereck. En esta ocasión, Viereck abandona antiguas apuestas “comerciales” y, continuando la línea más personal que había insinuado en la empeñosa “Desde el corazón” (2009).

Como su título deja entrever, “Schop sui” se mete en los mundos santiaguinos habitados por extranjeros, asiáticos en este caso, y es en un restaurante chino de mala muerte donde ocurre toda la acción. En este local, que funciona como un huis-clos, tres comensales (Alejandro Trejo, Edison Díaz y Andrés Gómez), dos empleados (Carolina Oliva y Juan Pablo Miranda) y un callado propietario chino van a pasar varias horas encerrados, un lapso en el que los nervios se crispan y las pulsiones racistas, sociales y sexuales entran en tensión.

Viereck no le hace el quite a los contenidos incómodos y maneja con buena mano esta situación, y saca mucho partido del talento y oficio de sus dos actores principales, Trejo y Díaz, que están unido por un complicado nudo laboral y afectivo. Es Alejandro Trejo quien lleva el peso del relato y lo hace con plena soltura e impacto dramático. Su personaje encarna un pensamiento nacionalista y autoritario, ligado a una historia personal de marginación y decepciones, siempre con matices y contradicciones muy humanas.

Las dos mejores escenas de “Schop sui” tienen, por supuesto, a Trejo en pantalla. En la primera, le cuenta al patrón chino las desventuras que ha enfrentado por haber sido fiel a la ideología de la dictadura; en la segunda, que transcurre en el baño, se enfrenta a sus demonios secretos frente su amigo (Edison Díaz), que le tiene una adoración homosexual sumisa y que no se hace problemas para ser humillado. Es uno de los grandes instantes del cine chileno 2010, y uno de esos momentos en que la verdad aflora entre la podredumbre y a pesar de la represión organizada a todo nivel.

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