miércoles, 24 de noviembre de 2010

"Mitómana" y "Nostalgia de la luz": Tesoros en el desierto

Por René Naranjo S.

Si hay una ciudad emergente hoy en Chile, esa se llama Antofagasta. La capital de la Segunda Región vive con intensidad la explosión mundial del precio del cobre, y por sus avenidas cada vez más extensas se siente pasar el tráfico veloz de los negocios en movimiento.

Junto a la dinámica de la Gran Minería, los aires cálidos, la brisa marina y las tres playas artificiales que se insertan en plena ciudad completan la imagen de una urbe renovada y llena de posibilidades, en la que el cine que no pasa por las multisalas pugna por ocupar un lugar en el interés de la comunidad con iniciativas como el FICIANT, Festival de Cine de Antofagasta.

Suspendido desde 2007 por razones de organización interna, el FICIANT regresó a la vida para ofrecer su cuarta edición entre el 9 y el 13 de noviembre. El financiamiento provino fundamentalmente de la Municipalidad y de fondos regionales, y en sus cuatro días de duración, el certamen convocó a cineastas como Orlando Lübbert, Francisco Lombardi y Patricio Guzmán; críticos, productores y actores.

Todas las películas se exhibieron gratuitamente y –la fuerza del hábito- las que tuvieron mejor convocatoria fueron las que se exhibieron en los cines del mall.

Bajo el sol seductor de la costa nortina, hubo encuentros y mucha conversación informal e interesante, si bien se echaron de menos espacios como foros y mesas redondas, en los cuales se pudieran cambiar ideas y visiones en contacto con el público de la ciudad.

En cuanto a las películas, mayormente nacionales, que se mostraron en el festival, es necesario destacar tres trabajos sobresalientes vistos como pre-estreno: la contundente “Post mortem”, de Pablo Larraín (que ya está en los cines del país), la provocativa “Mitómana”, segundo filme de José Luis Sepúlveda; y el magistral documental “Nostalgia de la luz”, de Patricio Guzmán.

De “Post mortem”, que finalmente fue la triunfadora de la competencia de largometrajes, anticipemos el riesgo de su puesta en escena, la aguda mirada de su director y, sobre todo, la manera decididamente moral en que enfrenta el Golpe de Estado de 1973 y los sucesos posteriores, todo articulado en torno a los cadáveres que se apilan en la morgue de Santiago.

“Mitómana” también se enfoca en la capital chilena, pero en pleno 2010 y en comunas como La Pintana y Puente Alto, con sus habitantes situados al margen del poder, la política y el dinero. José Luis Sepúlveda, realizador de la potente y demoledora “El pejesapo” (2008), retoma aquí su retrato realista y crudo sobre la vida contemporánea en las poblaciones santiaguinas, en una búsqueda autoral que merece la máxima atención.

La apuesta camina entre ficción y documental, y es desencantada y ácida hasta la gastritis: una auténtica poética de los olvidados por la sociedad de consumo y el neoliberalismo, sin parangón en el cine chileno de los últimos 20 años.

Esta vez, Sepúlveda pone a prueba el compromiso de una actriz (la sensacional Paola Lattus) para ponerse al lado de los menos favorecidos y despojarse de sus vanidades pequeño-burguesas.

Así, en este recorrido por la trastienda oscura del Chile que se sueña desarrollado para el 2018, el director incorpora una reflexión sobre su propio trabajo y la forma en que éste se integra a las vidas de los hombres y mujeres del quintil más bajo, de las eternas esperas en salud, de las pensiones de 70 lucas y de las heridas, hoy bien ocultas del ojo público, que dejó la dictadura.

De esas cicatrices habla también ese gran filme titulado “Nostalgia de la luz”. No sólo es el mejor documental de Patricio Guzmán desde “La batalla de Chile”; también constituye una lúcida, original y contenida aproximación a dos asuntos en apariencia inconciliables, como son la astronomía y el origen del universo, y la búsqueda de personas detenidas-desaparecidas, todo desarrollado en un lenguaje preciso y maduro, que incluso deja entrar los recuerdos de infancia del realizador.

El diario francés “Le Monde” ha descrito en forma precisa a “Nostalgia de la luz” como “una obra maestra de la serenidad cósmica”. Justamente, lo que consigue Guzmán es entregar una mirada serena sobre el pasado de Chile y reflexionar al mismo tiempo sobre el devenir del cosmos en un filme que tiene como ejes el trabajo de los astrónomos en la región de Atacama y la búsqueda de cualquier resto de sus familiares asesinados que mantienen, en ese mismo desierto inconmensurable, algunas mujeres ya durante 36 o 37 años.

En esa línea imaginaria entre la asombrosa inmensidad del universo y la pequeñez infinitamente emotiva del pedazo de hueso recién encontrado que traza la cámara de Guzmán se halla una de las exploraciones más llamativas del cine reciente y, ciertamente, la mayor demostración de estilo y poesía del realizador.

La relación con el pasado –tema que ha marcado la trayectoria de Patricio Guzmán- está aquí renovada, analizada científicamente y elevada a categoría moral a través de la manera sobria y potente con que las mujeres vagan por el desierto tras la huella improbable de ese despojo que dé luces sobre el destino del ser querido.

En el arte, la trascendencia está muchas veces en saber extraer lo más profundo de lo que sólo muestra la superficie, lo más grande de aquello que parece ser lo nimio. Como la luz de una estrella lejana que refulge pese a llevar varios siglos extinta. O como la solitaria astilla de un esqueleto humano perdido en la arena de los tiempos.

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