jueves, 6 de enero de 2011

Apichatpong Weerasethakul: Fantasmas de día claro



Por René Naranjo S.

-“Los fantasmas no están apegados a los lugares, sino a la gente”
- “¿Y si yo ya estoy muerto”?

(Del guión de “El Tío Boonmee, que puede recordar sus vidas pasadas”)

Hay veces en que un solo cineasta equivale a la imagen del cine de todo un país. Sucedió en la India en los años 50 con el maestro bengalí Satjayit Ray, y en los ‘80 en Egipto con Youssef Chahine. En el caso del realizador tailandés Apichatpong Weerasethakul ocurre algo similar. Las películas que se hacen en su país (muchas de ellas dedicadas a las artes marciales) son escasamente conocidas fuera de sus fronteras.
Los filmes de Apichatong, en cambio, portadores de una mirada contemplativa y contemporánea de la vida en Tailandia, encuentran cada vez más repercusión en festivales de Europa y Estados Unidos. Tanto, que el pasado Festival de Cannes lo coronó en mayo pasado con la Palma de Oro.
Es tan difícil de pronunciar y recordar el nombre de Apichatpong Weerasethakul, que él mismo propone con humor que, en Occidente, le digan Joe. Y así lo nombraron muchos en Cannes, cuando recibió el premio más importante de los festivales del mundo por su quinto largometraje, “El tío Boonmee, que puede recordar sus vidas pasadas”.
Como la mayoría de sus trabajos, este es un filme donde casi no hay acción, que apenas cuenta con diálogo y en el que la cámara explora, con lenta e indudable mirada oriental, el quehacer cotidiano de personajes que conviven con presencias fantasmales a plena luz del día y los últimos momentos de la existencia de un anciano bajo los ecos de una ocupación armada.
Los espíritus de los difuntos y los fantasmas suelen tener protagonismo en las películas de Apichatpong. Pero no se vaya a pensar que él es un artista dominado por pulsiones oscuras. Al contrario. Con 40 años cumplidos el 16 de julio, el tailandés va por la vida con una sonrisa luminosa e inmaculados trajes blancos. Si alude a las energías inasibles que vagan entre los seres humanos de carne y hueso no es para asustar a nadie sino para aludir a ese mundo que percibimos y que no vemos, a esas personas que habitaron este mundo y que se fueron pero siguen viviendo entre nosotros.
Lo interesante (y que para muchos occidentales también resulta incomprensible) es que el cine de Apichatpong tampoco es esotérico. No hay búsquedas de claves ocultas ni espera de revelaciones portentosas. No hay, esencialmente, nada que se parezca a un promoción de la espiritualidad del Oriente. Y sin embargo, sus filmes cautivan y seducen con su invitación a vivir el presente, a disfrutar cada instante de la vida sin ansiedad, a ser conciente de las energías que nos rodean, a internarse en las dimensiones misteriosas de la realidad que somos capaces de percibir y también de la otra, de la que permanece silenciosa escondida entre las sombras de los vivos.

Menos karma

Formado como arquitecto en Estados Unidos y con un magíster en cine de la Universidad de Chicago, Apichatpong ganó prestigio como artista visual en París antes de comenzar a dirigir películas a comienzos de este tercer milenio.
El Festival de Cine de Cannes, que lo descubrió para los ojos occidentales, lo consagró en 2002 con su segundo largo, “Blissfully yours”, la historia de amor de una joven pareja que anda en moto y comparte caricias bajo nubes y árboles de extraña sensualidad, todo sin que nada “evolucione” demasiado.
Es como si en el cine de Apichatpong las cosas y los sentimientos tuvieran menos carga, los karmas fueran más ligeros y los recuerdos, amigables, permitieran una más fluida circulación de la energía.
Por cierto, que sean lentas y silenciosas, no significa que en estas películas no pase nada. En su siguiente filme, “Tropical Malady” (2004), que lo convirtió en la nueva sensación de la crítica europea y le dio el Premio del Jurado de Cannes 2004, parece que nada ocurre. Pero el relato incluso se divide en dos a las 53 minutos, y da origen a una nueva historia que poco y nada tiene que ver con la primera.
En su primera parte, “Tropical Malady” habla de un soldado que va y viene de la ciudad al campo, y así entabla una relación amorosa con otro hombre. Todo por cierto es muy sutil, y la única escena que da cuenta de esta pasión es una que tiene lugar en un cine, donde ambos se toman las manos y juegan.
Ese relato, donde ya hay una alusión a cierto Tío Boonmee, del que se dice que recuerda sus vidas pasadas, culmina cuando indirectamente sabemos que la relación entre los protagonistas ha terminado. En ese instante, la pantalla se va a negro por un minuto y luego se empieza a contar otra historia, que habla de un tigre mitológico y de un soldado que lo busca en la selva.
La única pista a la que el espectador puede aferrarse es un texto inicial, que habla de que todos somos “bestias salvajes” y que la vida consiste precisamente en aprender a controlar esos impulsos animales.
Laberíntica y elíptica como pocas, y a la vez dueña de un especial erotismo, “Tropical Malady” invita a dejarse llevar por una escritura que no es racional sino poética, que no es lógica sino intuitiva, y en la que los personajes y situaciones carecen de las connotaciones sicológicas y emocionales que suelen abrir caminos a la interpretación. Es lo que él mismo denomina “respetar la imaginación del espectador”.
Con estos comentarios podría pensarse que al cineasta tailandés no le interesa la realidad. No es así. Cuando se interna en la vida urbana contemporánea, como en “Syndromes and a Century” (2007) se acerca a los temas del amor y la soledad en decorados fríos e impersonales, escritorios vacíos, ventanas que no abren perspectivas, oficinas blancas y asépticas, donde las pasiones humanas son contenidas a presión.
Bajo exuberantes palmeras, una mujer sufre por no haberse enamorado nunca y sentir que su corazón arde al punto que ya no come ni duerme; un hombre dice que si amara a alguien en secreto, se escondería lo mejor posible para observar a escondidas al objeto de su amor.
En el cine de Apichatpong el deseo está siempre a flor de piel pero nunca es evidente.

Memorias y ángeles

Tampoco escapa a su mirada el pasado de violencia de su país. En mayo, casi no pudo llegar a Cannes a causa de los disturbios sociales que a punto estuvieron de terminar en golpe de Estado.
Tres años antes, en 2007, fundó junto a un grupo de cineastas el Movimiento Libre del Cine Tailandés y protestó contra leyes que restringían las libertades civiles. En “Tropical Malady”, los soldados desmovilizados que vagan por pastizales en la primera mitad del filme hablan, sin decirlo, de historias de subversión y guerrilla. Y en varios de sus cortos e instalaciones, el director alude a situaciones de dolor, masacres y ejecuciones sumarias.
En “Primitive”, instalación de arte que presentó el año pasado en el British Film Institute de Londres, Apichatpong puso en escena el pueblo de Nabua, en el noreste de Tailandia, que en los años 60 sufrió una brutal represión por parte del gobierno militar que buscaba eliminar la resistencia comunista.
Ahí el cineasta (que está convencido de la no tan lejana extinción del cine y del arte mismo) trabajó junto a adolescentes del lugar para relatar esa historia brutal a través de cortometrajes, animación, textos y multipantallas.
Según él mismo ha explicado, el origen de su premiado “Tío Boonmee” tiene que ver con el horror de Nabua y con estos ejercicios de memoria. "Existen dos ángeles en la forma en que la memoria actúa en esa región. En Nabua, tienes la represión de los recuerdos, la gente no habla de lo que pasó ahí. El Tío Boonmee, por su parte, recuerda demasiado. En cierto sentido, la película es muy antigua. Es como el lamento del paisaje en un estilo de cine que ya nadie hace”.
A la salida del estreno en Cannes de “El Tío Boonmee”, el diario Libération escribía: “El filme, extraterrestre, delirante, poblado de una fauna y una flora mágicas, es sobre todo un filme de fantasmas simples. Los zombies son todos parientes, miembros de una misma familia, que se reunen en torno a la mesa de un hombre enfermo que sabe que la muerte lo espera. El Tío Boonmee se alegra de volver a ver a la esposa perdida, al hijo desparecido. Él sabe que han venido desde la muerte a buscarlo. El Tío sufre de una insuficiencia real aguda, sin sanación posible".
“En algún tiempo”, dice la película, "ya no estarás más aquí. Pero antes, debes atravesar el bosque en compañía de tus espectros para recuperar las primeras sensaciones de la vida”.
El cine como viaje esencialmente místico tiene ya a un grande de su lado.

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