sábado, 2 de enero de 2010

Reivindicación de "El sustituto", de C. Eastwood

Mirar a los demonios de frente

por René Naranjo S.

En los recuentos de lo mejor del cine de 2009, hubo consenso en la crítica del valor de "Gran Torino", magnífico filme de Clin Eastwood estrenado en marzo del año pasado. Sin embargo, practicamente ningún crítico hizo alusión a la otra película de Eastwood que se estrenó ese mes, "El sustituto" (Changelling, 2008), que, a mi juicio, no carece de méritos importantes.

“El sustituto” compitió en el Festival de Cannes del año pasado, en mayo,  y fue recibido con escepticismo, quizás porque está protagonizada por una estrella de Hollywood, Angelina Jolie, y acaso porque su argumento se mueve en aguas turbulentas y se desliza entre distintos formatos narrativos (la cinta intimista, la gran épica contestataria, el filme-denuncia), lejos de esa obsesión por la unidad que tanto buscan ciertos críticos.

De todos modos, la película le dio una nominación al Oscar a Angelina Jolie, en febrero pasado, y está basado en sucesos totalmente reales y escalofriantes ocurridos en Los Angeles y sus alrededores en 1928. Eso es lo que sabemos de antemano, antes ver el filme. Lo que no sabíamos, y de los cual nos vamos enterando durante las dos horas y cuarto de proyección, es que Eastwood realiza aquí un largo viaje hacia el infierno, un recorrido en que asistimos a momentos de oscuridad brutal, de auténtica noche del alma humana.

Ciertamente, a lo largo de una filmografía que ya ronda los treinta largometrajes, Clint ha mirado de cerca la muerte despiadada, la desolación que ésta produce y cómo el mal puede instalarse perdurablemente en una comunidad. Sin embargo, hasta ahora no se había centrado tan nítidamente en el sufrimiento de los niños (si bien ya había tratado el tema) ni en el de una mujer, en este caso Christine Collins (Angelina Jolie, muy precisa en el rol), funcionaria de una empresa telefónica que sufre la desaparición de su hijo Walter, de nueve años de edad.

Desde el instante en que se hace patente la ausencia del niño, Christine empieza a vivir un calvario creciente en dolor y angustia, aumentado por la negligencia de una policía corrupta y una autoridad local que sólo piensa en su propio interés. Eastwood, que siempre ha desconfiado de quienes ostentan el poder en la sociedad, focaliza su cámara en el esfuerzo de Christine por hacerse oír primero, y, más tarde, porque le revelen la verdad de lo que ha sucedido con su hijo. En ese tránsito, soporta vejaciones e incluso un paso por el manicomio, para desembocar en el enfrentamiento cara a cara con un desquiciado perpetrador de crímenes feroces.

Por cierto, en este gran retrato de una comunidad dominada por las peores pasiones humanas, la película se aleja de lo que en principio parece su centro (la búsqueda del pequeño hijo de Christine) para describir otros ambientes, personajes y situaciones, incluso lejos de la ciudad de Los Angeles, lo que le confiere por momentos la apariencia de una obra algo desestrcuturada. Pero no hay en realidad nada de eso. Eastwood lo que hace en realidad es ir a fondo con la búsqueda del pequeño, con todas sus consecuencias (sicológicas, sociales, políticas, judiciales, etc) , en una narración que recorre cada uno de sus escenas con pasión y fuerza, por momentos, estremecedora.

En su retrato de la corrupta ciudad de Los Angeles de fines de los años 20 y apoyado en un sólido guión del autor de series de TV J. Michael Straczynski, Eastwood despliega una vez más su depurado sentido de la puesta en escena, desde el manejo de las locaciones (la atiborrada ciudad versus el desolado mundo rural), la iluminación y las horas del día, hasta la ubicación de puertas, ventanas y rejas en relación a los protagonistas.

En un plano más cinéfilo, los tranvías, el uso de los estudios, el vestuario de Angelina Jolie y la idea del doble, más el aura de maldad que cruza el relato hace pensar en el clásico “Amanecer”, de F. W. Murnau, filmado en la misma ciudad justamente en los tiempos en que se desarrolló la historia real que inspira “El sustituto”. Asimismo, los abusos de la autoridad hacia Christine, la ambigüedad entre inocencia y culpabilidad que instala mañosamente el sistema y la discreta alusión a Dios remiten al Hitchcock más austero, el de “El hombre equivocado” (1957).

Este es un trabajo de dirección sobrio en extremo, que nuestro cineasta realiza consciente de que la carga terrible que arrastra la historia que narra no requiere de énfasis ni da para retóricas. Esta misma sobriedad y despojamiento, más el hecho de contar con una estrella como Angelina Jolie, dan a “El sustituto”, la apariencia de un filme convencional, en cierta medida impersonal. Nada más lejos de la verdad. Eastwood pone su firma en todos los aspectos del filme (incluida la música) y su visión del mundo queda muy expresada en la manera en que maneja las escenas de violencia. El director deja en el fuera de cuadro algunas escenas fuertes de asesinatos, pero no se priva de mostrar las crueldades que el sistema puede aplicar en contra de los seres humanos. Ahí están el electroshock y la larga y casi insoportable escena de la ejecución en la horca para comprobarlo.

Clint Eastwood descree de los poderosos y de sus métodos, y, como buen y convencido estadounidense, confía en la tenacidad individual, en que siempre quedará un empleado decente dentro de un sistema podrido y en cómo a partir de la lucha de una persona se puede generar una conciencia cívica. Sólo desde ahí, de esa unión de voluntades en torno a la verdad, por dura que ésta sea, se pueden cambiar las cosas, dice.

Es una reflexión con alcances contemporáneos que Eastwood sostiene sin nunca traicionar ni al relato ni a los personajes (atención con el notable cásting de secundarios), sin jamás dejar de hacer cine ni subrayar nada. Es la transparencia de un artista que ya convirtió sus demonios en estilo.

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